Un día en la Berrea
Marta, Sevillana
Yo, como supongo que os habrá pasado a muchos de vosotros, había oído hablar infinidad de veces de la berrea, el celo de los ciervos.
Había visto en televisión preciosas imágenes de vistosos ungulados echando hacia atrás sus enormes cornamentas y elevar así ese rugir, que si os soy sincera nunca supe muy bien si era para llamar amorosamente a las hembras o para ahuyentar a los machos.
El caso es que un día y después de ver en televisión uno de éstos reportajes, decidí que ya era hora de ver la berrea con mis propios ojos y ver si era para tanto.
Llamé a unas amigas y quedamos en casa para picar algo y de paso hablar sobre nuestro próximo “finde” en plan exploradoras. Nos conectamos a internet y después de buscar un poco y comparar decidimos ponernos en contacto con la empresa “turismo verde, guías de naturaleza” que ofrecían esta actividad en el Parque Natural Sierra de Andújar.
Pocos días después, Laura, Olga y yo nos dirigíamos en mi coche hacia el Centro de Visitantes Viñas de Peñallana, lugar donde habíamos quedado como punto de partida de la actividad en cuestión.
Allí nos recibió Carlos, gerente de la empresa y responsable de la actividad. Eran más o menos las seis de la tarde, charlábamos amigablemente y mientras Carlos nos ponía al corriente de cómo se iba a desarrollar nuestra aventura de aquella tarde.
Así, poco a poco fueron llegando el resto de participantes y Pedro, otro de los monitores que trabajan habitualmente con Carlos. Cuando todos estuvimos listos fuimos acoplándonos en coches todo-terreno y comenzamos nuestro gran acontecimiento.
Durante todo el camino tanto Carlos como Pedro nos iban contando las singularidades del Parque Natural, al que sin duda aman enormemente, porque hablaban de él casi como el que habla de un hijo, de alguien muy querido, nos pidieron que preparásemos nuestras cámaras fotográficas o de video, y aunque me pareció un poco broma, la verdad es que no tardamos en encontrarnos con diferentes animales que salieron a nuestro encuentro.
Aunque se me escapó alguno pude ver conejos, perdices, muchas ciervas con sus cervatillos e incluso me traje para casa la foto de un jabalí solitario que se cruzó en nuestro camino.
Carlos detuvo el coche y llamo nuestra atención para que elevásemos la vista hacia el cielo. Sobre nosotros un impresionante Buitre Negro surcaba los cielos, era enorme y planeaba de una forma tan elegante que me pregunté porque este portentoso animal había cogido tan mala fama a lo largo de los años. En fin cosas del cine y la televisión, supongo.
Después de un paseo, a mí personalmente se me hizo cortísimo, llegamos a la zona en cuestión. Cuando nos paramos, el sol ya se estaba ocultando tras las montañas, comenzaba a caer la tarde y el espectáculo en sí ya valía la pena y nada más que por eso y por lo vivido hasta ahora sabíamos que estaba siendo una buena tarde.
Carlos y Pedro nos pidieron que permaneciésemos en silencio y pronto escuchamos el primer berrido.
No sé muy bien si es por la acústica producidas por las montañas, o porque en televisión todo se ve distante y distinto, pero el caso es que al escuchar aquel ruido se me pusieron todos los pelos de punta y se me escapó un escalofrío. Rápidamente miré a mis amigas y aunque no hablamos me bastó mirarles a la cara para darme cuenta de que habían sentido lo mismo que yo.
Tras el primer berrido siguieron muchos más, tenía un poco de miedo y hasta un poco de morbo, me parecía estar entrando en el dormitorio de alguien para espiar a hurtadillas. Y tras muchos berridos escuchamos otro sonido aún más impactante, el chocar y entrelazar de las cornamentas de los ciervos.
Como buenas “urbanitas” más acostumbradas al “soffing” que al “trekking”, la verdad, tengo que reconocer que no íbamos demasiado bien preparadas, pero Carlos nos ofreció prismáticos y catalejos y pudimos ver, en todo su esplendor, lo que acontecía un poco más abajo de nosotros. Las hembras orgullosas, lucían palmito y se hacían las interesantes, mientras los machos (algunos de ellos increíblemente grandes con increíbles cornamentas) luchaban por el favor de las hembras. Sin embargo y tal como ya me habían prevenido los guías, aquello era más una demostración de poder que una contienda propiamente dicha, y los choques de los cuernos aunque ruidosos no pasaban de ser meras medidas de la fuerza de cada animal.
La experiencia fue para nosotras maravillosa, y tanto a mis amigas como a mí nos supo a poco. Ya era noche cerrada cuando volvíamos, el Parque Natural estaba bañado por la luna, creo que nunca he visto tantas estrellas en el cielo, y los sonidos de la noche me cautivaron.
Como parecía que ninguno de los que formábamos el grupo quisiéramos dar por terminada la visita, decidimos parar a tomar algo en un restaurante de la zona. Carlos y Pedro nos aconsejaron algunos platos locales como el revuelto de espárragos, la Carne de Monte (ciervo) y el chorizo de ciervo, y tengo que decir que todo estaba delicioso, por lo que se convirtió en un excelente final.
Estoy segura de que volveré al Parque Natural Sierra de Andújar, tal vez repita experiencia o tal vez pruebe con algo nuevo, pero de lo que si estoy segura es de en cuanto pueda volveré para disfrutar de este maravilloso entorno y del calor de sus gentes.
Laura y Olga no dudan en que la próxima vez también me acompañaran, pero hasta entonces tendré que conformarme con los preciosos recuerdos que me traje de aquella experiencia.